El irse de viaje sin saber el retorno, tiene sus similitudes al fallecer. Las personas que creen que te conocen, amplian con el tiempo sus recuerdos de tu persona con ciertos momentos gratos o divertidos. No importa que el real dato anecdotico haya sido un asunto mas que desagradable, siempre la mente humana nos da ese ejemplo de resilencia y otorga un aroma suave a ese recuerdo.
Y me explico que la distancia del tiempo/lugar es asombroso como dinamica del olvido, así mismo como es un sospechoso aliado a la gratitud de la amistad. Al igual que lo que uno siente cuando se nos muere alguien conocido, que al primer instante ya nos obliga a pensar que al final no era tan mal tipo y que sus actos reprochables solo fueron jugarretas de su caracter. E incluso podría afirmar que si bien hubo rencores mayores hacia el finado y solo a excepción de que no haya sido un Hijo de Puta, estos se vuelven más dociles a el jinete de las buenas ondas. (Hablo solo de modo generico masculino, debido a que las muertes de mis conocidas me han calado un poco más hondo).
Solo hay una distinción clara que hace la diferencia en estos dos casos y que influye en los estados animos o tolerancia de nuestros sentimientos. Y es que al que viaja lo adoramos menos por atreverse a irse, que al que se nos va donde sabe quien, dejandonos su cuerpo para meditar sobre su ida.
lunes, 7 de junio de 2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)